En primer lugar, la RBI sería una invitación a elegir nuestro modo de vida y a reorientar nuestros hábitos de consumo hacia el vivir mejor con menos. En este sentido, diferentes estudios muestran como jornadas de trabajo excesivamente largas están asociadas con patrones de consumo con mayor huella de carbono.

En segundo lugar, permitiría rechazar cualquier trabajo no digno, no solidario (a nivel intra o intergeneracional), peligroso para la salud y/o el medio ambiente.

En tercer lugar, favorecería una reorientación de la producción hacia actividades de la economía de los cuidados; la economía social y solidaria, actividades voluntarias o asociativas; los bancos de tiempo y otros sistemas de intercambio local; de los circuitos cortos de consumo-producción, de la autoproducción y autogestión, etc. En resumen, no hay que inventar trabajos verdes: ya existen y podremos aprovechar nuestro tiempo vital para regenerar el tejido comunitario y asociativo que hemos perdido en estos años.

En cuarto lugar, constituiría una ayuda a las actividades que favorecen una prosperidad sin crecimiento y necesitan más mano de obra, como la agricultura ecológica. Salir de la lógica productivista es una condición necesaria para que nuestra especie pueda seguir existiendo de un modo digno en este planeta,

En resumen, a través de una RBI, se dejaría un sitio cada vez mayor a una producción no mercantil, social y ecológicamente útil, cooperativa, autónoma, es decir, a una economía plural a escala humana y respetuosa de la biosfera.