Una renta básica propiamente dicha, es decir, incondicional, universal e individual, sólo hay en un lugar: el estado de Alaska, que es uno de los más igualitarios de EE.UU. Ahora bien, el ejemplo no nos sirve demasiado, porque la cuantía es muy baja: son 1.500 dólares al año, que no es suficiente para cubrir las necesidades básicas de la ciudadanía, y plantearse caminos alternativos.

Por otro lado, en Ciudad de México, y ahora en todo el país, está instaurada una pensión universal: una renta básica incondicional para mayores de 68 años. La gente, además de ver mejorada su capacidad de consumo básico, dice sentirse más autónoma a la hora de gestionar sus gastos cotidianos (por ejemplo, muchas mujeres valoran ya no tener que pedir dinero a su pareja).

Sobre todo, tenemos experimentos realizados en varias partes del mundo, que permiten observar indicios parciales, pero reveladores. Veamos algunos ejemplos. En Finlandia, incremento del emprendimiento por parte de autónomos y pequeños empresarios, y desarrollo también de la vida asociativa; en Canadá, reducción de las enfermedades mentales, y aumento de la tasa de divorcios; en India, extensión del cooperativismo y mayor (y mejor) acceso a la sanidad y a la vivienda; en Barcelona, mayor predisposición a proseguir actividades formativas, y mayor acceso a productos básicos. En general, se observa que la gente prefiere formarse, cancelar sus deudas (es decir, reducir el estrés financiero) y, a partir de ahí, buscar trabajos más satisfactorios.

Sea como sea, la inmensa mayoría de los avances sociales y políticos, tales como el sufragio universal, la abolición de la esclavitud, la sanidad o la educación pública, se han hecho sin haber realizado previamente “experimentos”.